viernes, 14 de agosto de 2009

Nuestras Creencias

NUESTRAS CREENCIAS

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1- Dios el Padre

Que hay un solo Dios y Padre de todos del cual proceden todas las cosas (1 Co. 8:6): Un Dios personal, un Ser Espiritual, creador, omnipotente, omnisapiente, omnisciente, y omnipresente. Eterno sin principio, infinito en amor, sabiduría, justicia, verdad y misericordia.

2- Dios el Hijo, nuestro Señor Jesucristo

Que hay un Señor Jesucristo, el único Hijo de Dios el Padre, engendrado [nacido], no creado, en los días de la eternidad, a la misma imagen de su persona y sustancia. El Hijo es Dios en naturaleza y atributos por ser el Hijo literal de Dios el Padre. (Jn. 1:1-3) El Padre lo constituyó heredero de todo, por tanto heredó el Nombre de Dios (Heb. 1:8) “Mas del Hijo dice: tu trono, Oh Dios...”

Creador:Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:16,17; Jn. 1:1-3).

Redentor: Él tomó la naturaleza de la simiente de Adán “post-lapsaria” después de cuatro mil años de pecado. Él se hizo “carne de pecado”. (Jn. 1:14; Flp. 2:7,8; Ro. 1:3; Heb. 2:14; 1 Co. 15:50; Heb. 2:16-18; 2 Co. 5:21; Gl. 4:4,5; Heb. 4:15,16; Heb. 5:7-10), y ha efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo (Heb. 1:3) Habitó entre los hombres, lleno de gracia y verdad, vivió el ejemplo perfecto para ser nuestro substituto, murió nuestro sacrificio, y resucitó para nuestra justificación. Ascendió a lo alto para ser nuestro único mediador en el Santuario Celestial, donde con su propia sangre hace expiación por nuestros pecados.

Intercesor: Jesús está intercediendo ante su Padre en nuestro beneficio, ofreciendo su sangre derramada, como si hubiera sido un cordero [literal] sacrificado. Jesús presenta el sacrificio ofrecido por cada culpa y por cada falta del pecador. Y a la misma vez intercede con el pecador a través de su Espíritu Santo. Trabaja en el corazón convenciendo de pecado y llevando al pecador a toda verdad.

El Espíritu Santo es Cristo mismo desvestido de su naturaleza humana. Él es nuestro único Mediador y nuestro único camino a Dios. El Espíritu Santo o Consolador es Cristo mismo en su Persona Espiritual omnipresente. (Gl. 4:6; 1 Co. 8:6; 2 Co. 3:17; Jn. 14:6; Jn. 14:16-18; 1 Ti. 2:5; Ef. 4:10).

El Espíritu Santo es una Persona y es Dios porque es la Persona de Cristo omnipresente.

3- Las Sagradas Escrituras

Las Sagradas Escrituras, que abarcan el Antiguo y el Nuevo Testamento, constituyen la Palabra escrita de Dios, transmitida por inspiración divina mediante santos hombres de Dios que hablaron y escribieron siendo impulsados por el Espíritu Santo de Cristo. Por medio de esta palabra, Dios ha comunicado a los seres humanos el conocimiento necesario para alcanzar la salvación. Las Sagradas Escrituras son la infalible revelación de la voluntad divina. Son la norma del carácter, el criterio para evaluar la experiencia, la revelación autorizada de las doctrinas, y un registro fidedigno de los actos de Dios realizados en el curso de la historia. (1 P. 1:11; 2 P. 1:20-21; 2 Ti. 3:16-17; Sal. 119:105; Pr. 30:5-6; Is. 8:20; Jn. 17:17; 1 Ts. 2:13; Heb. 4:12).

4- El Bautismo

Por medio del bautismo confesamos nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesucristo, y damos testimonio de nuestra muerte al pecado y de nuestro propósito de vivir una nueva vida. De este modo reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, llegamos a ser su pueblo y somos recibidos como miembros de su iglesia. El bautismo es un símbolo de nuestra unión con Cristo, del perdón de nuestros pecados y de nuestra recepción del Espíritu Santo. Se realiza por inmersión en agua, y está íntimamente vinculado con una afirmación de fe en Jesús y con evidencias de arrepentimiento del pecado. Sigue a la instrucción en las Sagradas Escrituras y a la aceptación de sus enseñanzas.

El Bautismo debe hacerse en el Nombre de Jesús (Ro. 6:1-6; Col. 2:12-13; Hch. 2:38; 8:14-17; 8:37,38; 10:43,48; 16:30-33; 19:4,5; 22:16; 1 Co. 611; Gl. 3:26,27; 1 Jn. 2:6,12; Col. 3:17)

Mateo 28:19 que es el único versículo que ordena bautizar en el triple nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Evidentemente no pertenece a las escrituras originales. La versión del Evangelio Hebreo de Mateo de Shem Tov no nombra la fórmula trinitaria, y la traducción Kadosh Israelita Mesiánica de Diego Ascunce (2003) expresa el texto de la siguiente manera: Mateo 28:19 “Por lo tanto, vayan a hacer talmidim (discípulos) a gente de todas las naciones, dándoles la inmersión en mi Nombre.”

El bautismo invocando los nombres Padre, Hijo, y Espíritu Santo no se u en el tiempo apostólico ni en los primeros siglos de la Iglesia, sino que fue una interpretación posterior que vino juntamente con todas las demás doctrinas falsas fruto de la apostasía, y que fueron aceptadas y confirmadas por el Concilio de Nicea en el o 325, y el Concilio de Constantinopla en el año 381. Hay claras evidencias de que las palabras del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” en Mateo 28:19 fueron puestas en el evangelio de Mateo en un tiempo posterior a los cristianos primitivos, por lo menos, a lo establece Eusebio de Cesarea (265-339 dC), católico del tiempo del Concilio de Nicea (325).

5- La Ley de Dios

Los grandes principios de la ley de Dios son incorporados en los Diez Mandamientos y ejemplificados en la vida de Cristo. Ellos expresan el amor de Dios, su voluntad, y propósitos concernientes a la conducta humana y sus relaciones. Son obligatorios para toda persona en cada época. Estos preceptos son la base del pacto de Dios con su pueblo y son el estandarte o regla de oro en los juicios de Dios. Por medio del Espíritu Santo de Cristo estos señalan el pecado y despiertan el sentido de necesidad de un Salvador. La Salvación es completamente por gracia y no por obras, pero sus frutos son la obediencia a los Mandamientos. Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y produce la paz del alma. Es una evidencia de nuestro amor por el Señor y de nuestra preocupación por nuestros semejantes. La obediencia por fe demuestra el poder de Cristo para transformar vidas y para fortalecer la testificación Cristiana. (Ex. 20:1-17; Sal. 40:7,8; Mt. 22:36-40; 5:17-20; Dt. 28:1-14; Heb. 8:8-10; Jn. 16:7-10; Ef. 2:8-10; Ro. 8:3,4; 1 Jn. 5:3).

6- El Sábado, Día de Reposo

El Creador benéfico, después de los seis días de la creación, descansó el séptimo día e instituyó el sábado para toda persona como memorial de la creación. El cuarto mandamiento de la inalterable ley de Dios requiere la observancia del séptimo día, Sábado, como día de descanso, alabanza, y ministerio en armonía con la enseñanza y observancia de Jesús, el Señor del Sábado. El Sábado es un día de comunión deleitosa con Dios y de unos con otros. Es un símbolo de nuestra redención en Cristo, una señal de nuestra santificación, una prenda de nuestra fidelidad, y un goce anticipado de nuestro eterno futuro en el reino de Dios. El Sábado es señal perpetua del pacto eterno de Dios con su pueblo. La observancia gozosa de este tiempo santo de tarde a tarde, de puesta a puesta de sol, es celebración de la obra creadora y redentora de Dios. (Gn. 2:1-3; Ex. 20:8-11; 31:13-17; Lc. 4:16; Is. 56:5, 6; 58:13, 14; Mt. 12:1-12; Ez. 20:12, 20; Dt. 5:12-15; Heb. 4:1-11; Lv. 23:32).

7- La segunda venida de Cristo

La segunda venida de Cristo es la bienaventurada esperanza de los creyentes, la gran culminación del evangelio. La venida del Salvador será literal, personal, visible y mundial. Cuando regrese, los justos muertos resucitarán y junto con los justos vivos serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos morirán. El hecho de que la mayor parte de las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento, unido a las actuales condiciones del mundo, nos indica que la venida de Cristo es inminente. El momento cuando ocurrirá este acontecimiento no ha sido revelado, y por lo tanto se nos exhorta a estar preparados en todo tiempo. (Tit. 2:13; Heb. 9:28; Jn. 14:1-3; Hch. 1:9-11; Mt. 24:14; Ap. 1:7; Mt. 24:43-44; 1 Ts. 4:13-18; 1 Co. 15:51-54; 2 Ts. 1:7-10; 2:8; Ap. 14:14-20; 19:11-21; Mt. 24; Mc. 13; Lc. 21; 2 Ti. 3:1-5; 1 Ts. 5:1-6).

8- La muerte y la resurrección

La paga del pecado es muerte. Pero Dios, el único que es inmortal, otorgará vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte constituye un estado de inconsciencia para todos los que hayan fallecido. Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos serán glorificados y todos juntos serán arrebatados para salir al encuentro de su Señor. La segunda resurrección, la resurrección de los impíos, ocurrirá mil años después. (Ro. 6:23; 1 Ti. 6:15-16; Ec. 9:5-6; Sal. 146:3-4; Jn. 11:11-14; Col. 3:4; 1 Co. 15:51-54; 1 Ts. 4:13-17; Jn. 5:28-29; Ap. 20:1-10).

9- El milenio y el fin del pecado

El milenio es el reino de mil años de Cristo con sus santos en el cielo que se extiende entre la primera y la segunda resurrección. Durante ese tiempo serán juzgados los impíos; la tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos, pero sí ocupada por Satanás y sus ángeles. Al terminar ese período Cristo y sus santos, junto con la Santa Ciudad, descenderán del cielo a la tierra. Los impíos muertos resucitarán entonces, y junto con Satanás y sus ángeles rodearán la Ciudad; pero el fuego de Dios los consumirá y purificará la tierra. De ese modo el universo será librado del pecado y de los pecadores para siempre. (Ap. 20; 1 Co. 6:2-3; Jer. 4:23-26; Ap. 21:1-5; Mal. 4:1; Ez. 28:18-19).

10- La tierra nueva

En la tierra nueva, donde morarán los justos, Dios proporcionará un hogar eterno para los redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor y el gozo sin fin, y para aprender junto a su presencia. Porque allí Dios mismo morará con su pueblo, y el sufrimiento y la muerte terminarán para siempre. El gran conflicto habrá terminado y el pecado no existirá más. Todas las cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es amor, y él reinará para siempre jamás. Amén. (2 P. 3:13; Is. 35; 65:17-25; Mt. 5:5; Ap. 21:1-7; 22:1-5; 11:15).

11- El don de profecía

Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una de las características distintivas de la iglesia remanente y se manifestó en el ministerio de Ellen G. White. Como mensajera del Señor, sus escritos son una permanente y autorizada fuente de verdad, y proveen consuelo, dirección, instrucción y corrección a la iglesia. También establecen con claridad que la Biblia es la norma por la cual deben ser evaluadas toda enseñanza y toda experiencia. (Jl. 2:28-29; Hch. 2:14-21; Heb. 1:1-3; Ap. 12:17; 19:10).

12- El hombre de pecado es el papado

El hombre de pecado es el papado, ha pensado en cambiar los tiempos y la Ley de Dios (Dn. 7:25), y ha descarriado a toda la cristiandad en relación al cuarto mandamiento, al estado de los muertos, y al falso dios de la doctrina de la Trinidad. Creemos que una reforma debe ser hecha entre los fieles creyentes justo antes del regreso de Cristo.

(Is. 56:1, 2; 1P. 1:5; 2Ts. 2:1-12; Ap. 14:12; etc.).

13- Conducta cristiana

Se nos invita a ser gente piadosa que piense, sienta y actúe en armonía con los principios del cielo. Para que el Espíritu Santo de Cristo vuelva a crear en nosotros el carácter de nuestro Señor, participamos solamente de lo que produce pureza, salud y gozo cristiano en nuestra vida. Esto significa que nuestras recreaciones y entretenimientos estarán en armonía con las más elevadas normas de gusto y belleza cristianos. Si bien reconocemos las diferencias culturales, nuestra vestimenta debiera ser sencilla, modesta y pulcra como corresponde a aquellos cuya verdadera belleza no consiste en el adorno exterior, sino en el inmarcesible ornamento de un espíritu apacible y tranquilo. Significa también que puesto que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo, debemos cuidarlos inteligentemente. Junto con la práctica adecuada del ejercicio y el descanso, debemos adoptar un régimen alimentario lo más saludable posible, vegetariano, y abstenernos de alimentos impuros identificados como tales en las Escrituras. Puesto que las bebidas alcohólicas, el tabaco, y el empleo de drogas y narcóticos son dañinos para nuestros cuerpos, también nos abstendremos de ellos. En cambio, nos dedicaremos a todo lo que ponga nuestros pensamientos y cuerpos en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere que gocemos de salud, de alegría y de todo lo bueno
(Ro. 12:1-2; 1 Jn. 2:6; Ef. 5:1-21; Flp. 4:8; 2 Co. 10:5; 6:14 - 7:1; 1 Pe. 3:1-4; 1 Co. 6:19-20; 10:31; Lv. 11:1-47; 3 Jn. 2).

14- La mayordomía

Somos mayordomos de Dios, a quienes él ha confiado tiempo y oportunidades, capacidades y posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus recursos. Somos responsables ante él por su empleo adecuado. Reconocemos que Dios es dueño de todo mediante nuestro fiel servicio a él y a nuestros semejantes, y mediante la devolución de los diezmos y las ofrendas para la proclamación de su evangelio y para el sostén y desarrollo del último mensaje de su iglesia remanente. La mayordomía es un privilegio que Dios nos ha concedido para que crezcamos en amor y para que logremos la victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se regocija por las bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad.
(Gn. 1:26-28; 2:15; 1 Cr. 29:14; Hag. 1:3-11; Mal. 3:8-12; 1 Co. 9:9-14; Mt. 23:23; 2 Co. 8:1-15; Ro. 15:26-27).

15- Organizaciones religiosas

No creemos en ninguna organización religiosa establecida. Dios levantó a la Iglesia Adventista del Séptimo Día y depositó en ella la verdad eterna. Pero la Iglesia Adventista apostató de la verdad y cambió al Dios que la instituyó por el falso dios trinitario romano.

Estamos en el momento profético de Apocalipsis 18:4 “Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas”

Somos el único Pueblo obediente a todos los mandamientos de Dios, aceptando a Cristo como Hijo literal, nacido de Dios, y como Dios y único Consolador. Cristo es nuestro Hermano, nuestro Señor, nuestro Intercesor, y nuestro único Mediador y Justicia.

Ninguna Iglesia u organización religiosa tiene esta verdad y Perla de Gran Precio.

Invitamos a todos a abandonar las iglesias y doctrinas falsas, para no ser partícipes de sus pecados y recibir sus plagas, y también los invitamos a recibir hoy a Cristo en el corazón, y obedeciendo su Ley, nos recubra con su Justicia, para que muy pronto lo recibamos en persona en las nubes del cielo. Amén

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